Un discreto adiós

En honor a Gregorio Salvador

El académico y lingüista Gregorio Salvador, en una imagen de archivo

El académico y lingüista Gregorio Salvador, en una imagen de archivo / J. Ochando

Se retira despacio de la mesa. En silencio. No hay excusas ni despedidas. Sin mucho esfuerzo, el preciso, aparta la silla, apoya la palma de la mano en la mesa buscando no perder el equilibrio, recompone la figura e inicia su marcha lenta hacia la casa. Desaparece discreto dejando que la luz cálida del interior engulla su cuerpo, sin alharacas, para no interrumpir la conversación animada de los comensales, para no molestar, a pesar de que todos están ahí por él, de que muchos han recorrido kilómetros para acompañarlo. Él es el centro de la reunión, es su 90 cumpleaños, la excusa del encuentro, sin embargo, se esfuerza por pasar desapercibido.

Lo que parece una retirada no lo es. Vuelve al rato, con un chaleco de lana dispuesto a continuar la velada, a pesar del relente, a pesar de la hora temprana de la madrugada. Se sienta de nuevo a la mesa con la parsimonia con la que se mueven todos en esta familia, dispuesto a no perder el hilo de la conversación, a seguir escuchando generoso aquello que los demás arguyen con un entusiasmo más visible, y con la sonrisa pícara que les caracteriza, como de niños traviesos, cuando ocultan una onza de chocolate a deshoras o están a punto de soltar un comentario ingenioso, una agudeza dirigida a un tercero o a sí mismos. Está feliz. Hijas, hijos, nietos, nietas, sobrinos, sobrinas…, están ahí, con él, y la expresión de su cara lo dice.

Es la misma afable y orgullosa que tenía cuando su pueblo lo honró bautizando una plaza con su nombre o la Facultad de Letras de la Universidad de Granada cuando hizo lo propio nominando un aula, una sonrisa de satisfacción mitigada siempre por esa sempiterna timidez que hubiera pintado de nuevo su rostro si alguno de los consistorios de esta ciudad hubiesen escuchado la voz de su sobrino Álvaro Salvador y del periodista José Antonio Guerrero pidiendo, desde hace años, que fuese nombrado Hijo Predilecto, petición que instituciones como el Ateneo de Granada o el Centro Artístico de Granada han venido reclamando en vano. Un reconocimiento merecido para el intelectual más prestigioso que esta ciudad ha tenido desde don Antonio Domínguez Ortiz. Quizás ahora escuchen, quizás lo nombren ahora a título póstumo. Tarde.

Son casi las dos de la madrugada, muchos se retiraron cansados, pero él permanece en la mesa conversando. Ya nos despedimos, pero reitera su adiós agitando la mano mientras nos alejamos, en agradecimiento, una demostración más de alegría por el reencuentro. Anita se fue hace un tiempo, fatigada de mirar sin ver y hoy Gregorio Salvador ha decidido seguirle los pasos, tranquilo, silencioso, sin alharacas, para no interrumpir conversaciones, intentando pasar desapercibido, sin molestar… Mi pequeño homenaje tiene el aroma del chocolate diluido en el estofado del recetario de Sole, su hermana pequeña.

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